Bípedos Por Gerardo Zavarce

Francisco Pereira construye a través de la exhibición Bípedos (Galería D´Museo. Octubre, 2013) un imaginario fantástico. Una zoología antropomorfa que opera como un sistema simbólico para explicar una realidad particular del mundo. Este ejercicio, este cambio de cuerpo, este viaje al estadio arcaico de la humanidad, representa una profunda reflexión por el ser humano en su complejidad interior y exterior. Implica, entonces, problematizar al sujeto simultáneamente con su entorno psíquico y cosmológico, permanente tarea del acto creador: ofrecer una mediación entre el ser y su experiencia en el mundo.

Así, el código zooantropomorfo se erige como referente para establecer una taxonomía particular de las diversas esferas del ser. Lo animal vuelve nuevamente a convertirse en la clave para explicar las realidades humanas y naturales, tradición que se remonta a los escenarios pretéritos de la humanidad en la que no existía una clara distinción entre los animales y los colectivos humanos. Por ejemplo; en una caverna en Francia, hay una representación rupestre que pertenece al paleolítico superior y muestra a un hombre (bípedo) con cabeza de bisonte que persigue a un animal con cabeza de bisonte y torso de venado. Por tanto, hay en el uso del elemento animal (en las fábulas, los proverbios, las parábolas, los mitos y los propios bestiarios medievales) la continuidad de una práctica remota que nos remite a los tiempos arcaicos en el que los animales designaban las jerarquías del mundo; los puntos cardinales, los meses del año como en el horóscopo chino y especialmente el vínculo del hombre con la representación del animal erigido como tótem del grupo, la explicación de su propio origen en el mundo.

Así, la propuesta de Pereira nos sugiere una inmersión en las profundidades geológicas, telúricas, de la psiquis humana. Desde el plano temporal supone también el deseo incumplido del retorno, un viaje imposible de regreso, la búsqueda permanente del punto de partida, la reivindicación de lo humano concebida mediante su llegada al paraíso perdido, término de la condena y la expulsión de «sapiens» del escenario primigenio donde el hombre, la mujer y la naturaleza suponían un equilibrio, ahora extraviado, en continuidad perpetua.

En este sentido, la pieza «El Viaje» se convierte en una de las obras clave para la valoración que alberga la propuesta Bípedos, un epicentro de significados en el contexto de la exhibición. Aquí el arca, su mascarón de proa, incorpora la figura de un rostro antropomorfo. Se trata entonces, de un traslado hacia el desentrañamiento del sujeto y su mundo interior, único territorio posible para la realización del ser.

No obstante, la nave presenta igualmente el principio de dualidad que toda realidad mítica, que toda interpretación simbólica del mundo propone: Si bien la proa representa el rostro de un hombre, los remos que mueven el arca, al tiempo que la sostienen, presentan la forma de extremidades de animales: dualidad del principio de los tiempos, dualidad que integra al sujeto a su naturaleza profunda. En el Génesis Dios creó a los animales y las bestias, luego creó al hombre. Así nuestro cuerpo-arca, portador de nuestras identidades en fuga, queda sostenido y movilizado por las fuerzas de una naturaleza animal primigenia y profunda.

Bajo esta perspectiva dual el arca simboliza de manera evidente un recorrido, una historia, un punto aparente de partida y de llegada. Se trata de un viaje en medio del diluvio. Existe una clara alusión al arca de Noé, por lo que esta pieza se convierte en una metáfora de la civilización lanzada a la deriva en un universo sin dioses. Queda expresada la angustia de la alienación cosmológica del sujeto ante la caída de la edad dorada que narra Hesíodo y recita Ovidio, ante la expulsión genésica del paraíso perdido y la renovación absoluta y arrasadora del diluvio. Interpretada de esta manera: la caída, la expulsión, el diluvio, como contexto del viaje emprendido por lo humano, queda justificada una profunda inquietud por su devenir y su existencia.

Entonces, Bípedos construye desde la representación de lo zooantropomorfo un nuevo código de interpretación de la realidad. Hay un deseo de re-encantamiento totémico, un rito de pasaje que la muestra incorpora como experiencia, que devuelve al espectador la imagen deformada, zoomorfa, de su propio cuerpo: alargado como las patas descarnadas de los bípedos, metáfora de una aspiración de trascendencia anclada a la tierra por las fuerzas terrenales propias de los imaginarios de la muerte. El recurso de la poética de la disimilitud, las permutaciones insospechadas para producir otra realidad, representa una constante en el marco de la serie de esculturas presentada por Pereira. Hay también un deseo de expresar una reflexión sobre el sujeto como signo de los tiempos que transitamos: bípedos sin el amparo de los dioses arrojados a la intemperie y aceleración del viaje de nuestros tiempos sin itinerarios.

Así, cada pieza que compone la serie Bípedos, 18 en total, implica una travesía por las tensiones propias del mundo interior, un recorrido perpetuo por la propia psiquis humana. Todo viaje supone una tránsito por el «sí mismo», igual desentraña una épica para aquel que se sumerge en el profundo y laberíntico escenario de su propia alma. ¿Acaso no trataban estas ideas los griegos a través de su expresión: «conócete a ti mismo»? ¿No se trata de un viaje interior el retorno de Ulises a Itaca?

Entonces, cada uno de los bípedos creados por Pereira construye y alberga una potencia expresiva particular y se convierte en hilo conductor de la trama que impone todo viaje. Ellos son hitos, demarcaciones psíquicas: la bifanta y el bifante, la bicerda y el bidog, la birafa y el bitoro, el biceronte y la bicabra, el bicordero y el biballo, el bipótamo y el biciervo, el bimello y el bipardo.  Hay en estas piezas animadas la creación de un código mítico, fantástico, sobrenatural, surreal. En ellas se impone sublimada la presencia de la fuerza expresiva de lo humano, que se muestra como modelo escultórico de su aspiración por recuperar una trascendencia perdida y caprichosamente negada por la voluntad de las fuerzas que rigen el destino de los hombres y las mujeres.

Existe un vínculo con la tradición del arte, una herencia explícita que resulta importante destacar en el contexto de esta muestra. El trabajo de Francisco Pereira, su apuesta sensible, teje relaciones con los paisajes surrealistas de Max Ernst, la apuesta por elaborar una representación del mundo interior. Igualmente hay reminiscencias de la simbología sagrada de las sociedades arcaicas, aquellos tiempos en los cuales los animales guardaban semejanzas con los hombres. Pero, encontramos en la «Nave de los locos» del pintor flamenco Jerónimo Bosch una referencia importante, significativa, las pulsiones de lo humano desplazadas en los torbellinos de la vida y de la muerte, sin destino, sin retorno. El arte pareciera el encargado de plasmar esa pretensión de trascendencia que solo se construye mediante el despliegue, tal como las alas del bigaso, único bípedo de la especie, de la libertad creadora.

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